¿Un chatbot destruyó su matrimonio? La insólita historia de un divorcio por culpa de la inteligencia artificial, un evento que hace pensar en este tema.
La Inteligencia Artificial (IA) promete avances, pero conlleva riesgos: sesgos en decisiones, problemas de privacidad, desplazamiento laboral y la posibilidad de manipulación o usos malintencionados que afectan la sociedad y la ética.
En un giro digno de un episodio de “Black Mirror”, una mujer en Grecia ha puesto fin a su matrimonio de 12 años, aparentemente influenciada por una “revelación” de la inteligencia artificial. La historia, que parece sacada de una distopía, ocurrió cuando la mujer, en tono de broma y siguiendo una tendencia viral, decidió usar ChatGPT para “leer los posos de su café” y calmar sus celos.
El inocente juego tomó un rumbo inesperado cuando, tras cargar la foto de su taza, el bot de IA emitió un veredicto impactante: el marido estaba supuestamente involucrado en una relación extramatrimonial con una joven cuya inicial era “E”. Esta “conclusión científica” de la IA desató la furia de la mujer, quien no solo confrontó a su esposo con graves acusaciones, sino que también solicitó el divorcio.
El esposo, entrevistado por el programa griego “To Proino”, relató la surrealista situación: “En mi café, vio a una joven con la inicial ‘E’, en quien pensaba intensamente, y que mi deseo de tener una relación con ella pronto se haría realidad”. Inicialmente, el hombre se rió, considerando la acusación un disparate sin fundamento. Sin embargo, admitió que no era la primera vez que su esposa recurría a métodos inusuales para confirmar sus sospechas, habiendo consultado a un astrólogo en el pasado.
El abogado del marido, en declaraciones a los medios, defendió la inocencia de su cliente, argumentando que “el absurdo de la IA no puede utilizarse como prueba en un tribunal”. Sugirió que, más allá de la inteligencia artificial, podría haber una predisposición de la mujer a creer la infidelidad, y que la IA simplemente le “dijo exactamente lo que quería oír” cuando no podía probar sus sospechas.
Este caso pone de manifiesto no solo la creciente influencia de la inteligencia artificial en nuestra vida cotidiana, sino también los riesgos inherentes cuando la tecnología se interpreta de forma literal y se utiliza como fuente de “verdad” en asuntos tan delicados como las relaciones personales. Es un recordatorio impactante de que, por muy avanzados que sean los algoritmos, la realidad humana es compleja y no siempre se puede simplificar o “leer” a través de una pantalla.
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