Desde el día de su elección, el Papa León XIV inmediatamente atrajo mucha simpatía y estima de los fieles y no solamente.
Imaginamos un flujo ininterrumpido de pensamientos, oraciones y peticiones procedentes de cada rincón del mundo, todos con un único destinatario: el Papa.
Es un fenómeno fascinante y poco conocido, pero cada día, en el centro de clasificación de Fiumicino, Poste Italiane gestiona la llegada de aproximadamente 100 kilogramos de correo dirigido directamente a Su Santidad. No importa si la dirección es vaga o imprecisa – “To His Holiness Pope Leo” o simplemente “Per Sua Santità” – el destino está claro: Vaticano. Los carteros italianos se aseguran de que cada misiva llegue a su destino final.
Este flujo constante de correspondencia es una tendencia que se ha mantenido así desde la elección de Robert Prevost el 8 de mayo de 2025, como confirmó Antonello Chidichimo, responsable del centro de clasificación de Fiumicino. Las cartas y postales llegan de todos los continentes, lo que dificulta establecer cuál es el país más prolífico en la escritura al Pontífice. Sin embargo, es un hecho que cada día llegan mensajes de lugares tan diversos como Estados Unidos, Kosovo e India, testificando una devoción y una conexión global únicas.
El recorrido de este “correo del Papa” es meticuloso. Después de la primera parada en Fiumicino, la ingente cantidad de correspondencia destinada a la Santa Sede se somete a rigurosos controles de seguridad. Posteriormente, una máquina especializada se encarga del registro y del pesaje mediante un sistema informatizado, garantizando una gestión eficiente. Una vez completadas estas operaciones, el correo continúa su viaje hacia el centro de distribución más cercano al Vaticano, para ser finalmente entregado directamente a su ilustre destinatario.
Aunque el contenido específico de estas cientos de cartas sigue siendo un misterio, algunos detalles externos ofrecen un pequeño atisbo. A veces, un simple dibujo en el sobre revela la mano inocente de un niño, mientras que una letra temblorosa sugiere el toque de una persona mayor que confía al Papa un pensamiento profundo o una petición de ayuda. Lo cierto es que cada postal o mensaje, grande o pequeño, guarda una parte preciosa de quien lo envía: esperanzas, preocupaciones, alegrías o dolores.
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