La familia real británica disfruta de muchísimos lujos, y sus miembros tienen una gran variedad de opciones para relajarse y, quizás en verano, darse un chapuzón en una de sus exclusivas piscinas.
La familia real británica, desde el Rey Carlos III hasta Kate Middleton y los jóvenes príncipes, disfruta del lujo de piscinas privadas y rigurosamente secretas dentro de sus residencias. Estos lugares exclusivos, accesibles solo a los miembros de la Familia Real y a unos pocos miembros del personal, representan una tradición mantenida por la Reina Isabel y ahora por el Rey Carlos III, quien guarda celosamente su ubicación.
La revista británica “Hello!” ha ofrecido un vistazo a estos oasis privados, empezando por la piscina cubierta de Buckingham Palace. Construida en 1938 por el Rey Jorge VI para sus hijas Isabel y Margarita, esta piscina está hoy a disposición de todos los miembros de la realeza. Es aquí donde los vástagos de los Windsor, incluidos los príncipes George, Charlotte y Louis, han aprendido a nadar. Aunque algunos miembros del personal pueden usarla en ausencia de la realeza, la piscina permanece completamente fuera del alcance de los visitantes del palacio, ya que no está incluida en ningún itinerario público.
Además de la piscina de Buckingham Palace, la familia real también utiliza las que se encuentran en sus residencias campestres. El Príncipe William, Kate Middleton y sus hijos prefieren la piscina de Anmer Hall, su casa de campo cerca de Sandringham. Esta piscina fue renovada por los Príncipes de Gales para adaptarse a las necesidades de sus hijos.
El Rey Carlos III y la Reina Camilla, por su parte, prefieren la piscina al aire libre de Highgrove House. Situada en los jardines privados de la residencia, esta piscina fue una vez muy querida por los jóvenes William y Harry. Hoy es un lugar de relajación para los soberanos, aunque Camilla, durante sus paseos matutinos con sus perros Bluebell y Moley, tiene dificultades para mantener a sus amigos de cuatro patas lejos del agua.
Estas piscinas reales no son solo un símbolo de lujo, sino también un elemento de la privacidad que la familia intenta mantener. Lejos de miradas indiscretas y accesibles a unos pocos, representan espacios íntimos donde la realeza puede disfrutar de momentos de ocio y donde las nuevas generaciones aprenden habilidades fundamentales como la natación, todo ello respetando una tradición consolidada.
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