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La primera ola de calor del verano ha provocado un aumento alarmante de las temperaturas en la península ibérica y, de manera preocupante, en el Mediterráneo, que ha alcanzado niveles récord.
El Mare Nostrum se ha transformado en una “caldera”, con temperaturas medias que superan los 26 ºC, dos grados por encima de lo habitual para esta época del año. Un ejemplo extremo fue el registro de 30,55 ºC en la boya de Dragonera (Baleares) el 30 de junio, una temperatura más propia de un mar tropical.
Este calentamiento afecta a los bañistas y representa una seria amenaza para la vida marina. El hábitat de numerosas especies está cambiando drásticamente, mientras que las especies invasoras, mejor adaptadas al calor, encuentran un terreno fértil para proliferar. Esta situación es particularmente preocupante, ya que el Mediterráneo se calienta mucho más rápido que la media mundial, convirtiéndolo en uno de los puntos más vulnerables al cambio climático.
Las implicaciones de estas altas temperaturas marinas se extienden más allá del ecosistema acuático. En tierra firme, el calentamiento del agua reduce la brisa marina, lo que se traduce en noches tropicales tórridas en las zonas costeras. Esto afecta gravemente la salud de los habitantes, especialmente a personas con enfermedades respiratorias, ancianos y niños, al minar su bienestar.
Los datos revelan una ola de calor persistente en la región mediterránea, con picos extremos de temperatura, sobre todo en el sureste de España y el norte de Marruecos. Esta situación podría tener consecuencias devastadoras para la biodiversidad y los recursos pesqueros. No solo se trata del aumento de la temperatura superficial, sino también de las olas de calor marinas, fenómenos más difíciles de identificar pero cuyo impacto silencioso y devastador es mucho mayor que el calor atmosférico que percibimos. Informes del programa Copérnico de la Comisión Europea señalan al Mediterráneo como el mar más afectado por estos eventos extremos.
Este calentamiento excepcional desencadena una cascada de efectos: la proliferación de medusas, la decoloración de corales y cambios drásticos en todo el ecosistema marino. Las especies invasoras, que antes encontraban barreras en las temperaturas más frías, se benefician. Un ejemplo es el pez león, que desde su primera aparición en aguas de Israel en 1991, se ha extendido por todo el Mediterráneo, compitiendo vorazmente por los recursos marinos y causando estragos indirectos en la fauna local.
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