En los últimos años, Papa Francesco ha expresado una preocupación creciente acerca del avance tecnológico —y especialmente de la Inteligencia Artificial (IA)— cuando su desarrollo no pone en el centro la dignidad de la persona humana. Según ha señalado, la eficiencia técnica nunca debe prevalecer sobre lo humano.
El Papa reconoce que la tecnología, incluida la IA, puede aportar beneficios reales en campos como la medicina, la sanidad o la investigación científica. Por ejemplo, la IA permite diagnósticos más rápidos, tratamientos más personalizados y gestión de datos complejos. Sin embargo, advierte que estas herramientas emergentes también implican graves riesgos si se usan sin ética o sin respeto por la persona.
Una de sus líneas fundamentales de advertencia es la del “paradigma tecnocrático”: la idea de que todos los problemas del mundo pueden resolverse exclusivamente con medios tecnológicos. El Papa sostiene que ese paradigma puede ignorar los valores, la comunidad, la fraternidad y la responsabilidad hacia los más vulnerables.
En su mensaje al World Economic Forum 2025 en Davos, el Pontífice comentó que el auténtico progreso no es simplemente avanzar técnicamente, sino avanzar para y con todas las personas: “Los desarrollos tecnológicos que no mejoran la vida de todos, y que en cambio aumentan desigualdades o conflictos, no pueden definirse como verdadero progreso”.
En el contexto médico-científico, por ejemplo, la Pontificia Accademia per la Vita ha organizado congresos sobre “IA y medicina: el desafío de la dignidad humana” para reflexionar sobre cómo aplicar la tecnología sin reducir al paciente a mero objeto de operaciones. Allí se insiste en que la innovación debe estar al servicio del ser humano, y no al revés.
Otro punto clave es que la IA —por su velocidad, su potencia y su capacidad de operar sin intervención humana en ciertos casos— plantea interrogantes éticos sobre quién toma las decisiones, cuál es el papel del juicio humano y si la creación de tecnología puede reemplazar aspectos esenciales de la experiencia humana. El Papa ha recordado que la “inteligencia” artificial no es equivalente a la inteligencia humana, que implica conciencia, moralidad, libertad y responsabilidad.
Además, el Papa aboga por una tecnología que favorezca la justicia, la solidaridad y el bien común. Invita a los estados, las empresas y las instituciones a ejercer vigilancia y regulación: no basta con ofrecer nuevas máquinas o algoritmos, sino que es necesario preguntarse si esas tecnologías promueven la vocación humana, el florecimiento de la persona, la fraternidad social.
En resumen, el Papa no está “en contra” de la tecnología en sí, sino de un uso tecnológico que no tenga en cuenta al ser humano. Su mensaje clave es: la tecnología debe estar al servicio de la persona, no la persona al servicio de la tecnología. Si el progreso no lleva consigo una mejora real de la vida compartida y de los más vulnerables, entonces se está fallando. El desafío es grande, pues exige ética, formación, conciencia y un cambio cultural para que la tecnología incluya humanidad.
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