Hablar de Mauro Colagreco es hablar de un cocinero que supo transformar su pasión en una obra reconocida a nivel mundial.
Nació en La Plata, Argentina, en 1976, y aunque creció rodeado de los aromas de la cocina familiar, no fue hasta más tarde que descubrió que ese amor podía convertirse en profesión.
Lo interesante de su historia es que no tomó el camino más obvio: antes de dedicarse de lleno a los fogones, estudió letras y economía. Sin embargo, la fuerza de la vocación lo llevó a cambiar de rumbo y embarcarse hacia Francia, donde empezó a escribir su verdadera historia.
En París se formó en la prestigiosa escuela del Lycée Hôtelier de La Rochelle y pronto se abrió camino en restaurantes de enorme prestigio. Aprendió de maestros como Alain Passard, Bernard Loiseau y Alain Ducasse, figuras que marcaron su estilo y lo empujaron a crear una identidad propia. Allí, entre las cocinas más exigentes del mundo, Colagreco entendió que la gastronomía no era solo técnica, sino también sensibilidad, creatividad y un profundo respeto por la naturaleza.
Con esa experiencia decidió emprender un desafío personal: en 2006 abrió Mirazur, en Menton, al sur de Francia, a pocos pasos de la frontera italiana. Lo que en un principio parecía una apuesta arriesgada —un joven chef argentino intentando hacerse un nombre en la cuna de la alta cocina— terminó siendo una revelación para la crítica y para los comensales. En pocos años, Mirazur conquistó primero una estrella Michelin, luego dos y, finalmente, tres.
Lo que hace especial a Mauro Colagreco es su manera de conectar con la tierra. Su cocina no se limita a reproducir técnicas francesas ni a imitar recetas argentinas: crea un lenguaje propio. En Mirazur, el menú cambia constantemente, adaptándose al ritmo de la huerta que él mismo cultiva junto a su equipo. Las frutas, verduras y hierbas frescas son las verdaderas protagonistas, y cada plato parece contar una historia que mezcla recuerdos de infancia con la riqueza del Mediterráneo.
En 2019, Mirazur fue elegido el mejor restaurante del mundo en la lista The World’s 50 Best Restaurants. Ese reconocimiento no solo consagró al chef argentino, sino que también envió un mensaje poderoso: la cocina puede ser un puente entre culturas y territorios, una manera de honrar las raíces sin dejar de mirar al futuro.
Mauro Colagreco hoy es embajador de una gastronomía sostenible. Participa activamente en proyectos que promueven el respeto por la biodiversidad y la reducción del impacto ambiental en la alta cocina. Su visión no se queda en el lujo de un restaurante con estrellas, sino que busca inspirar un cambio más amplio en la relación que tenemos con la comida.
Tal vez ese sea el secreto de su éxito: no se trata solo de platos hermosos y sabores intensos, sino de una filosofía que conecta al comensal con el lugar y el momento. ¿No es fascinante pensar que un simple almuerzo pueda convertirse en un viaje que une continentes, memorias y naturaleza viva?
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