El 30 de abril de 1932 nació Antonio Tejero Molina en Alhaurín el Grande (Málaga). Ingresó en la Guardia Civil en 1951 y alcanzó el rango de teniente coronel, aunque siempre estuvo marcado por su ideología ultra-conservadora.
El gran momento —o mejor dicho el gran error— de su vida fue la tarde del 23 de febrero de 1981, cuando lideró, al mando de aproximadamente 200 guardias civiles armados, el asalto al Congreso de los Diputados durante la votación de investidura del presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo‑Sotelo.

La célebre frase que terminó inmortalizándole fue “¡Quietos todo el mundo!”, pronunciada al irrumpir en el hemiciclo.
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El golpe, conocido como el Intento de Golpe de Estado en España de 1981 o “23-F”, fracasó cuando la monarquía, mediante el rey Juan Carlos I, intervino públicamente y destacó la vigencia de la Constitución.
Tras su rendición al día siguiente, fue procesado y condenado a 30 años de prisión por rebelión militar.
La figura de Tejero simboliza el intento de retroceso hacia un régimen autoritario en España cuando la democracia aún era frágil, y su fracaso se considera uno de los hitos que reforzaron la transición democrática española.
Tejero está en riesgo de morir
En los años posteriores al golpe, Tejero fue expulsado de la Guardia Civil, encarcelado y finalmente obtuvo la libertad condicional en 1996.
Durante su encarcelamiento fundó un partido de extrema-derecha llamado Solidaridad Española, realidad efímera que obtuvo sorpresivamente muy pocos votos y desapareció pronto.

Aunque su intervención política posterior fue mínima, su nombre sigue apareciendo en el imaginario colectivo como sinónimo de amenaza a la democracia. En los últimos tiempos, su estado de salud ha sido objeto de noticia: a sus 93 años, se encuentra en estado muy delicado, según comunicaciones familiares y medios de prensa. (La fuente original señalaba su ingreso en estado crítico).
La importancia de Tejero va más allá de su persona: representa el miedo a una involución del sistema democrático español, y su intento fallido se estudia hoy como advertencia sobre la fragilidad de las libertades cuando las instituciones están amenazadas. Además, esta experiencia ayudó a consolidar la monarquía parlamentaria y la norma constitucional como garantes del sistema político en España.
El golpe del 23-F permitió al país aprender que incluso en fases avanzadas de la transición democrática pueden surgir intentos de ruptura, y que la vigilancia institucional es clave para mantener la libertad. En ese sentido, la historia de Antonio Tejero es más que la biografía de un militar golpista: es una lección de civilidad, de política y de historia para las generaciones que no vivieron aquellos años.
Hoy, cuando su salud se deteriora, su nombre vuelve a los titulares no por gloria sino como advertencia, y como parte de un legado histórico que España aún está obligada a recordar.





